La elección del presidente, este viernes 29 de mayo en Zúrich, marcará el rumbo del deporte rey en el futuro inmediato. La decisión que adopten los 209 afiliados tendrá consecuencias deportivas, económicas y hasta políticas.
El que se realiza este viernes 29 de mayo de 2015 no es simplemente el congreso 65 de la historia de la FIFA, no es uno más en la lista de actividades de la entidad. La reunión que se cumple en el Hallenstadion de Zúrich (Suiza), desde las 9 horas locales, tiene como principal atracción la elección de presidente para el próximo cuatrienio, una cita que se da cuando la FIFA está inmersa en el peor escándalo de su historia por cuenta de la corrupción y el presidente Joseph Blatter intenta emular al gran Garrincha, gambeteando las acusaciones que amenazan salpicarlo.

El punto 17 de la agenda, que comprende 19, es el más importante: Elección del Presidente, reza el documento oficial de la FIFA. Blatter se medirá al príncipe jordano Ali bin Al Husein en un duelo que hasta hace unos días parecía pelea de toche con guayaba madura, pero que tras haberse destapado la olla podrida de la multinacional de la corrupción adquirió matices especiales. De hecho, hoy, como nunca antes, existe una posibilidad real de que el suizo, máximo jerarca del fútbol mundial durante 17 años, pierda y deba abandonar el cargo. Lo que está en juego, entonces, es el futuro de la actividad que hace mucho se convirtió en el único lenguaje universal capaz de unir a la humanidad.

Desde hace varios años, las sombras de la corrupción se posaron sobre la entidad y cada paso que se avanza significa encontrar nuevas evidencias de la podredumbre. El florero de Llorente, se sabe, fue la adjudicación de los Mundiales de 2018 y 2022, a Rusia y Catar, respectivamente. Una juiciosa investigación del ex fiscal de Nueva York Michael Garcia determinó que, sin duda, se pagaron jugosos sobornos para que esos dos países fueran los favorecidos. Sin embargo, la cúpula de la FIFA desestimó los resultados de este trabajo y se esmeraron en echarle tierra al asunto. Así, entonces, parecía que el camino de Blatter hacia un quinto mandato consecutivo estaba expedito, hasta que el pasado miércoles 27 de mayo estalló el escándalo.
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El que se juega desde entonces, en todo caso, no es un partido común y corriente. Se trata de un encuentro deportivo, económico y político que puede acarrear graves consecuencias y, por qué no, profundos cambios. De lo que ocurra este viernes 29 de mayo en Zúrich a la hora de elegir presidente dependerá el futuro deportivo de la FIFA, es decir, del fútbol mismo. Ese hecho, así mismo, condicionará el factor económico, pues los grandes patrocinadores que aún le quedan a la entidad han dejado saber que no están dispuestos a involucrarse en esta sociedad del delito. Y, por último, sobre todo si Blatter pierde, estaremos ante un inesperado y sorpresivo renacer de la Guerra Fría entre Estados Unidos, promotor de las investigaciones, y Rusia, todavía fiel aliado del Alí Babá del balompié.

No es casualidad que la olla podrida se haya destapado justamente 48 horas antes del congreso que, se suponía, iba a ser un tranquilo trámite para Blatter. Tal cual es su costumbre, las autoridades gringas esperaron el momento adecuado para asestar su gran golpe, de gran repercusión mediática, a sabiendas del torbellino que iban a provocar. Y lo que provocaron fue un terremoto de 9,0 grados en la escala de Richter, seguido por un tsunami de enormes proporciones, cuyo saldo de víctimas está lejos de conocerse. Los directivos que fueron apresados son mucho menos que la punta del iceberg de la corrupción y se espera que en las próximas semanas, dependiendo también del resultado de la elección, haya otras capturas y duras réplicas del movimiento telúrico.

Que la noticia se haya dado tan cerca del congreso de la FIFA impidió que Blatter y sus secuaces pudieran reaccionar y meter la basura debajo del tapete, como siempre han hecho. La ola de indignación se regó como un rumor en Twitter y pronto abarcó todos los extremos de la geografía futbolística del planeta. Blatter, la cúpula de la FIFA, que siempre se creyó intocable, descubrió su esencia humana y ahora corre el riesgo de pasar los próximos años de su vida, los últimos, en la oscura celda de una prisión estadounidense. Y, de paso, le dio un inesperado impulso a la candidatura de Al Husein, el único de los rivales de Blatter que llegó hasta esta instancia. Ahora todo puede suceder, como en un partido de fútbol, porque las secuelas del escándalo son impredecibles.
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Haberse aprovechado del sistema financiero estadounidense resultó un autogol fatal para la cúpula de la FIFA. Como se sabe, la aplicación de la legislación estadounidense no conoce fronteras y puede usarse para perseguir a cualquier sospechoso de haber afectado algún interés de ese país. Lo que se desprende de la investigación es que los directivos del fútbol hicieron un uso fraudulento del sistema financiero con transferencias de dinero destinado a los sobornos. Según el expediente en el que se basaron las decisiones del Departamento de Justicia, reconocidas instituciones financieras como JPMorgan Chase, Citigroup y Bank of America, además de la británica HSBC y la suiza UBS, fueron los jugadores utilizados por la FIFA para consumar sus fechorías.

Confiados en que se trata de un organismo privado que solo puede ser fiscalizado por sus propios miembros, los directivos de la FIFA hicieron caso omiso de los llamados que desde distintos sectores los invitaban a revelar los nombres de los responsables de la evidente corrupción e iniciar una profunda limpieza de sus inmundicias. Pero no contaban con la astucia de las autoridades estadounidenses, que han armado un caso aparentemente muy sólido, con irrefutables evidencias y abundante documentación. La propia fiscal general de Estados Unidos Loretta E. Lynch está a cargo de la investigación, con James B. Comey, director del FBI, como su mano derecha. “Nuestra intención es acabar con la corrupción en el mundo del fútbol”, expresó tajantemente Lynch a los medios de comunicación.

Por lo pronto, las consecuencias económicas comienzan a manifestarse, pues los patrocinadores de la FIFA no están dispuestos a seguir involucrados en ese juego. De hecho, la multinacional japonesa Sony y la aerolínea Emirates le retiraron su apoyo desde hace meses, el mismo camino que siguieron la petrolera Castrol, la farmacéutica y cosmética Johnson & Johnson y Continental, la empresa líder en el mundo en el ramo de la fabricación de neumáticos. Y Visa, Adidas y Coca-Cola, todavía fieles a la multinacional de la corrupción, en reiteradas oportunidades han pedido cambios en el seno de la entidad, antes de verse obligados a dar un paso al costado. Que seguramente lo darán si Blatter continúa aferrado a su silla, un hecho que provocaría un cisma inédito en el planeta fútbol.
Europa, por ejemplo, con el francés Michel Platini a la cabeza, desde hace tiempo ejerce recia oposición a la gestión de Blatter y seguramente liderará un sólido frente contrario en la votación. Inclusive, se ha especulado que existe la posibilidad de que la UEFA abandone el seno de la FIFA si el suizo resulta ganador. Es cierto que Asia, África, Oceanía y Centro y Suramérica constituyen un bloque mayoritario en lo que a votos se refiere, pero en el plano futbolístico y económico no consiguen equilibrar la balanza con la organización que rige los destinos del balompié del Viejo Continente. Y tras el escándalo se prevé que esos bloques que hasta hace solo 48 horas se antojaban muy compactos se atomicen y los representantes de las asociaciones se aprovechen de los beneficios del voto secreto para consumar la gran sorpresa.

¿Qué podría pasar si gana Blatter? Esa es una pregunta que, por ahora, no tiene respuesta. Se puede entrar en el terreno de la especulación, siempre atractivo para el aficionado al fútbol, pero es muy difícil anticipar las consecuencias. Estados Unidos no cejará en su empeño, la UEFA no dará su brazo a torcer, varios viejos aliados de la FIFA aprovecharán las circunstancias para tomar distancias respecto del patrón y podría gestarse un nuevo orden mundial. Blatter, de hecho, tendría que asumir una actitud muy distinta a la de sus habituales prepotencia y demagogia y hasta tendría que ofrecer las cabezas de algunos de sus lacayos para salir bien librado.

¿Qué podría pasar si pierde Blatter? Ese sería un escenario, sin duda, divertido. Habría una espantosa cacería de brujas, una especie de cruzadas del siglo XXI, en la que los involucrados tendrían que pagar escondederos a peso. Eso daría un gran impulso a las intenciones de Estados Unidos y Gran Bretaña, mientras que Rusia quedaría, como antaño, en claro fuera de lugar. De hecho, el presidente Vladimir Putin ya se puso la camiseta y saltó al terreno de juego de la polémica al quejarse por lo que llamó “abuso de poder” por parte de Estados Unidos en este caso. El mandatario ruso sabe que la primera medida que tomará la FIFA, en caso de que Blatter deje su cargo, es convocar una nueva elección para otorgar las sedes de los Mundiales de 2018 y 2022.
Entonces, como ocurrió durante más de medio siglo tras la Segunda Guerra Mundial, las superpotencias políticas y económicas, jugadores de segundo nivel en el plano futbolístico, son rivales irreconciliables. La magnitud del escándalo es de tal proporción que son pocos los líderes políticos que no se han pronunciado, uno de ellos el presidente estadounidense Barack Obama. Desde Downing Street, en el corazón de Londres, el premier David Cameron exigió la renuncia de Blatter y manifestó su público apoyo a la acción de las autoridades gringas. Y no sobra olvidar que el rival de Blatter es un príncipe de Jordania, el aliado vital de Estados Unidos en el Oriente Medio, el más occidental de los países musulmanes.

Todos dábamos por descontada la reelección de Blatter como presidente de la FIFA, pero la irrupción de un nuevo jugador cambió las reglas del juego. Apenas conocemos los ingredientes de la apestosa olla que durante décadas se coció a fuego lento en el seno de la FIFA, pero aún no hemos saboreado su sustancia. El FBI y el Departamento de Justicia de Estados Unidos (que reasumió su rol de policía planetario), que nunca antes se habían calzado los guayos, entraron al campo con los taches en alto y le pusieron una dura zancadilla al hasta ahora intocable pope. Por el bien del fútbol, esa pasión que conmueve hasta la más íntima de las fibras de nuestro corazón, ojalá ganen por goleada y esa inmunda mafia de Alí Babá Blatter y sus mucho más de 40 ladrones terminen en el lugar que les corresponde.